Tomó instintivamente las llaves de la puerta para luego recordar que no era necesario: su hermano y Bárbara estaban adentro. La mañana era soleada, algo calurosa. Se ajustó el terno a los hombros. Mientras abría la reja pensó en la noche anterior y se alegró de que las cosas hayan salido bien. Se subió al auto y tanteó sus bolsillos una ultima vez antes de partir al trabajo.
- Entonces, te llamas Joaquín, ¿no?.- dijo mientras se secaba el pinche del pelo y se lo dejaba caer sobre los hombros. Habían bailado toda la noche y ahora pasaban la sed con unos tragos. Él encontraba que en los ojos de Bárbara había algo dulce, pero esquivo.
La oficina era un amplio cuadrado divido en cubículos. Se sentó en el suyo y comenzó con el papeleo habitual. Al medio día el ambiente se tornó sofocante. El calor hacía que el gel deslizara de su pelo, le sudara la cara y le terminaba dando un aspecto sucio.
Venían saliendo hace un tiempo ya. Joaquín la había invitado al sur un fin de semana, sin embargo, ella se había negado rotundamente. En su cabeza, él inventaba insufribles excusas para lograr que aquella pelirroja lo acompañara una noche. Todos aquellos planes terminaron por dar resultado hace un par de noches atrás, bajo trucos y excusas que terminaron por enamorar y prender a Bárbara.
Cómo el día anterior, para el almuerzo, debía juntarse con ella, pero en la mañana los planes se cancelaron. A pesar de traer puesta una de sus camisas de la oficina y caminar con ritmo torpe, Bárbara seguía con ese carácter lapidario y decidido. Una lástima, pensó mientras masticaba mecánicamente su sándwich de jamón queso. Durante el almuerzo había fantaseado con las vacaciones en el sur, con el cuerpo de Bárbara, con el compromiso y con tener a su hermano viviendo lejos de él. Sonó la alarma de su reloj digital. Se arregló el pelo, se ajustó nuevamente la camisa. Subió por el ascensor y se quedó en su oficina hasta las ocho y media, hora de salida.
No podía creer que su hermano llegase con una mujer así a la casa. Pensó que Joaquín no la merecía. A pesar de su fama de mujeriego su hermano confiaba en él. En el almuerzo él se le acercó, desplegando todo su encanto y arsenal de frases refritas.
La ansiedad lo consumía, volver a casa se hacía mas largo que lo habitual por un taco en Vespucio. Las luces eléctricas se mezclaban con el jazz que salía de la Radio Futuro. De cuando en cuando el locutor dictaba un eslogan que versaba sobre las virtudes del rock y la juventud. Vio por el retrovisor su pelo entrecano, miró un rato la Escuela Militar, con un aire nostálgico que no era propio de él, y de pronto escucho una bocina que lo devolvió al camino y a concentrarse en el tedio de volver a casa.
Lo sentía mucho por Joaquín. No quería dejarlo así sin más, después de todo, él había hecho su trabajo para conquistarla. Miró a su nuevo juguete de reojo, quien sonrió, y atolondradamente sacó un bolígrafo con el cual garabateó una servilleta. Rápidamente tomo su bolso y salió, el hermano de Joaquín la siguió y antes de irse le dio dos vueltas al cerrojo de la puerta. Aún era de día.
Al llegar ya era tarde, 21:30. No había luces prendidas, al parecer solo estaba Bárbara. Se preguntó si tenía ganas de salir a comer, o si su hermano hubiese salido con sus amigos ya. Cerró la puerta del auto y le puso alarma. Abrió la reja y tras cruzar el ante jardín toco la puerta. Nada. Saco las llaves, giró el cerrojo que tenía dos vueltas. Adentro todo estaba oscuro. Prendió las luces. Sobre la mesa del comedor encontró una servilleta garabateada. Buscó a Bárbara por toda la casa y tras un breve escalofrío recordó al perro de su hermano..
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