No soy asiduo a este tipo de comunicación escrita, pero me veo en la obligación de hacer manifiesto mi malestar ante una situación que considera extremadamente aborrecible. Se trata, nada más, ni nada menos, de la sobreactuación televisiva.
No es que me considere un enemigo del lenguaje, ni de su correcto uso, pues para mí el idioma es una bendita amalgama de lo vernáculo y lo contemporáneo, pero hay un límite, claro está en los usos televisivos de él. En ocasiones, en el teatro, la sobreactuación y un lenguaje al que llamaría “enarbolado” o “floreado” provocan un efecto específico en los diálogos que claramente es rescatable o perpetúan la tradición dramática o lingüística de la época pretérita en la que fueron concebidas las obras. Pero debo remarcar que el uso de este recurso en algo tan lejos de aquel concepto como las teleseries es algo risible.
Dejaré de un momento de divagar y me enfocaré en el objeto de mi malestar: Lola. No puedo contener mi enojo contra estos actores sobreactuados que no hacen más que incrementar lo ridículamente falso de toda la situación en la que los envuelve la trama. No es necesario aclarar que todos (y digo: “todos”) comprendemos a cabalidad que lo que plantea dicha telenovela no es más que ficción (o fantasía). ¿Era necesario sobreactuar para que captáramos el mensaje? ¿Nos creen tan obtusos para no darnos cuente de aquello? ¿Somos una masa tan ignorante?
Pues me resulta molesto, hostigante y una forma perfecta para restar de aquella producción la última pizca de realidad que el producto tenía. Así también sucede con otro programa de la misma cadena: Transantiaguinos. En el que las morisquetas sobreactuadas que alguna vez hicieron famoso a las producciones del director Nicolás López, no son más que tonteras que vuelven aún más monstruoso un programa que no tiene salvación, por más “irreverente” que pueda parecer.
En resumen: Lola es más falsa que el bigote de de los actores.
Y en síntesis: Enchufa.
Sinceramente,
Un muy molesto televidente.
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