Fechas como Navidad, Día de las Madres, Día del Padre, Día del Niño entre muchos otros “días”, son ideales para criticar la sociedad de consumo y su hijo reconocido: el “consumismo”.
En esta ocasión es el “Día de los Enamorados”, importado por los ingleses a Estados Unidos en el siglo XIX como “Día de San Valentín” y que llegó a España en el siglo XX con una clara intención de fomentar el comercio de “regalitos”.
La historia de San Valentín es poco clara, aunque muchos toman por segura aquella leyenda del “curita” que casaba a las parejas en secreto en la antigua Roma a pesar de la prohibición del emperador, aquél cuento carece de un respaldo histórico concreto. Aún así, la iglesia celebra el 14 de febrero el onomástico de Valentín, probablemente instaurando dicha celebración para quitarle importancia y hacer desaparecer la fiesta de Lupercales, un rito “pagano” un tanto alocado que homenajeaba al fauno Luperco.
En fin, volvamos a nuestra época. Queda más que claro –que así como muchas otras celebraciones- El Día de los Enamorados es una excusa para vender y comprar, alimentando ese apetito voraz que la sociedad de consumo nos ha inculcado desde tan pequeños.
Las flores, los chocolates, las tarjetas se encuentran en cada esquina y todo parece ser una muy bonita ayuda para regalarle a “esa persona” algo especial, siendo que en realidad se trata de un negocio más.
Pero aunque en Navidad critiquemos la entrega de regalos y todo el consumismo y pregonemos que lo más importante es pasarlo en familia, de todas formas nos encontramos caminando como desquiciados bajo las olas interminables de calor y entre montones de gente para encontrar el regalo ideal o simplemente para salir del paso con algún “engañito”.
Lo mismo sucede en ésta ocasión, y me considero culpable. Por mucho que odie el día de los enamorados, por mucho que odie el consumo idota al que se nos tiene acostumbrados, de todas formas me encontraré caminando (sí, como hueón) para buscar el regalo perfecto para mi novia.
Así que, evitemos el discurso regular (aunque creo que ya está dicho) y salgamos calladitos –sin que alguien nos vea- a comprar los regalitos para nuestros amores.
El Editor.
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