Por Junio
Queridos lectores y no tan queridos asiduos esporádicos: ¡Empezó cuaresma!
Cuarenta días de escuchar a nuestras abuelitas contar aquellas lejanas historias donde ellas, tan beatas todas, no podían ni escuchar radio.
Cuarenta días donde algunos se acuerdan que son católicos, otros se acuerdan de comprar carne con anticipación, del carrete en la playa, del fin de semana largo y un descansito piola.
Y, quizás lo más importante (aunque intenten negarlo), cuarenta días contaditos para un fin de semana largo bien merecido. ¿Bien merecido?
Y es que no podemos dejar de asociar Semana Santa con fin de semana largo, con vagar, con las idas a la playa, con los carretes, con hacer maletas y unas escapadas bastante efímeras de los deberes.
Tampoco podríamos negarnos, para no aguar los ánimos festivos, claro, a un par de huevitos y conejitos de chocolate que serían un ticket express a los Domingos de Resurrección de nuestra infancia.
Para el chileno es así. No somos un pueblo de expiar culpas, de ir a llorarle al Cristo en la cruz ni de golpearnos el pecho. Por el contrario, somos de buscar la excusa para la celebración, para el chacoteo, para tirar la talla y meter la comida en medio. Cabría también acotar que, heredando la cultura ganadera Latinoamericana somos Carnívoros de “tomo y lomo”.
Y ese es nuestro gran pecado. Esa es nuestra gran culpa para esta cuaresma: pasarlo bien, relajarnos, olvidarnos de las restricciones, dormirse viendo las películas de Don Jechu que dan en la Red y comerse los huevitos de chocolate del hermano chico.
Disfruten, entonces, muéranse el Viernes y olvídense hasta que tengamos que, lateramente, Resucitar el Domingo y ponernos a hacer una cuaresma personal para las vacas de invierno.
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